Conozco la fundación desde que estoy en el colegio, pero fue en mi primer año de universidad que una amiga me invitó a participar de los trabajos de invierno. Después de esa semana, sentí un gran interés de permanecer y vincularme con las personas y el territorio de Reñaca Alto; ser partícipe de pequeños cambios y acciones que buscan acercar los diferentes sectores de la ciudad, de la que yo también soy parte.
Han sido 7 años de compartir lo cotidiano entre voluntarios y las familias del lugar, de reflexionar y aprender la importancia de la vida en comunidad.
Tenemos mayor fuerza y mayores desafíos; necesitamos crecer para dar respuesta.
Llegué a la fundación por los trabajos de verano y tuve una experiencia realmente genial. Me gustaron muchísimo las dinámicas, las formas de relacionarse que tenían los y las voluntarias entre sí y con la gente de Reñaca alto, la cercanía y la noción de comunidad que se lograba sentir al solo estar allá un par de días.
Empecé a participar del preuniversitario y del comedor, y me quedé porque me sentí muy cómoda, muy contenta, muy bienvenida, sentí que tenía mucho por aportar y por aprender y me sentí muy querida por los niños, niñas y jóvenes con los que me relacioné.
Conocí la fundación por mi colegio, me gusta la idea de vincularse y no hacer algo y desaparecer; sino acompañar.
Llegué a la fundación en un momento de mi vida donde buscaba hacer cosas con sentido y que me hicieran feliz. Encontré en la fundación un “voluntariado” muy distinto a los que conocía.
Yo entendía el voluntariado como una situación en donde alguien de mejor situación socioeconómica llega a entregar una ayuda a otro que lo necesita. Sin embargo, lo que conocí en Reñaca Más Alto fue totalmente distinto, donde comprendí el concepto de horizontalidad, en que todos y todas nos impulsamos mutuamente para construir un mejor lugar, entendiendo que sólo mediante el diálogo en conjunto y en comunidad se puede llegar a construir una mejor sociedad.
Crecimos juntos con Reñaca Más Alto. Al principio, todo era nuevo. Éramos «chicos». Pero de a poco fuimos creciendo, y así, tanto la fundación como yo mismo fuimos llenándonos de un cariño y una fuerza sin igual. Sonrisas, abrazos, niños, niñas, tías y tíos, amigos y amigas. Más sonrisas. También penas. Amor y más amor. Hoy, ya crecidos, en parte somos uno. En otras cosas, hemos crecido separados. Pero sin duda, cuando es parte del corazón, quedarse ya deja de ser pregunta.
Después de más de 10 años de abrazos, de crecimiento, de amistad, de aprendizaje, de compartir, de reír y de llorar, aún siento que estamos recién empezando.Transformar nuestro entorno, nuestra ciudad, es tarea compartida, y hay muchísimo trabajo aún. Hasta que todos nos abracemos, la ayuda seguirá faltando. Abracemos un poco más. A todos. A todas. Incluso a quienes no vemos. Hemos invisibilizado la vulnerabilidad.
Vi un aviso del Vino & Cordero y me llamó la atención. Una amiga de la fundación me convenció de participar porque no conocía a nadie. Me quedé porque me sentí parte. No sólo de poder ayudar o compartir, si no de ser un integrante más de una gran familia. El poder salir de ti mismo y ver que el otro es igual a ti, que juntos pueden ser mejor creo que es un regalo y una meta a la que debemos llegar.
La historia se cuenta diferente con cada persona. Pero lo mágico parte cuando se unen. Lo maravilloso de formar parte de la historia de un otro es que siempre sumas. Experiencias, risas, aprendizajes es solo un pequeño párrafo de este cuento.
Llegué en los trabajos de verano del 2015 e inmediatamente supe que para mí, esos trabajos iban a ser algo importante.
Nunca me había sentido tan cómoda y querida por un grupo humano, un grupo que hablaba del vínculo y de la equidad social… ¿vínculo, equidad social? Desde esos trabajos entendí que a través del vínculo, el estar realmente presente y de manera constante en un territorio, podías colaborar en la promoción de la igualdad social, sin necesidad de hacer un gran trabajo, simplemente estando, escuchando, compartiendo, riendo, queriendo.
Llegué gracias a una amiga que participaba en el reforzamiento, y como persona nueva que llega a un lugar desconocido, con un grupo de gente ya armada y que se conocen de hace tiempo, uno siempre llega tímido, sin la confianza de estar con los amigos, pero desde el primer día, tanto con los voluntarios y los niños del reforzamiento, me sentí en plena confianza, un lugar agradable con un ambiente espectacular para ayudar a los niños y aprender de ellos, porque en reforzamiento me hace sentido la frase «es mejor dar que recibir» y que al dar estoy recibiendo de los niños y niñas mucho más de lo que entrego.
Al participar de la fundación uno se da cuenta de lo segregada que está la sociedad, y entiende el porqué: la falta de oportunidades. Los niños a los que les hago reforzamiento tienen la misma inteligencia, motivaciones y sueños que cualquier otro niño del país, independientemente de sus condiciones socioeconómicas. Lo que les falta y diferencia de los otros niños son las oportunidades que les ha dado la vida y eso es justamente lo que hace Reñaca Más Alto, le da las oportunidades que el país nunca les dio.
Conozco la fundación desde sus inicios como proyecto de un grupo de amigos, cuando aún estaba fuertemente vinculado al movimiento apostólico de Schoenstatt. Tuve la oportunidad de participar en varias de las actividades que organizaban como proyecto, pero sin sentir la motivación de involucrarme “oficialmente” como voluntario. Con el tiempo esa motivación llegó y entré al programa Construye R+A. Siempre me gustó participar en trabajos, por lo que ser parte del “detrás de cámaras” me motivó un montón.
Hoy sigo participando porque, si bien el trabajo realizado ha sido tremendo, aún queda mucho por hacer para contribuir a mejorar las condiciones de vivienda de muchas familias de Reñaca alto.
Me invitó mi amiga Soraya y cuando participé del reforzamiento escolar y de mis primeros trabajos de invierno, vibré. Sentí que era un regalo porque comencé a llenar un espacio en mi corazón. Personas increíbles me dejaron entrar a sus vidas y cuando te vinculas con otro deseas lo mejor para esa persona. Quería ayudar a niños y familias en contexto de alta vulnerabilidad. La fundación quería lo mismo y supe que juntos podíamos crear una realidad diferente, más humana y justa para todos.
A veces nos cuesta encontrarle sentido a lo que hacemos, pero es simple, la vida se trata de ser feliz y todos merecemos serlo. Personalmente, he sido más feliz cuando he contribuido en la felicidad de otro, ya sea con pequeños o grandes gestos.
Llegué a la fundación gracias a la invitación de una querida amiga de la universidad, que logró transmitirme lo mucho que apreciaba a un grupo de niños y niñas de Reñaca Alto, las actividades entretenidas que realizaban viernes a viernes, las risas, el compartir, el grupo de voluntarios y voluntarias que, desde el día uno, te hacen sentir parte de la gran familia Reñaca Más Alto.
Me quedé porque me gusta lo que se genera, el ambiente, el vínculo y cómo cada persona de la fundación puede entregar desde su forma de ser y dejar una enorme huella.
Para mí, Reñaca Más Alto es parte de lo que soy, de mi historia y de lo que quiero ser.
Me quedé porque, no exento de dificultades y mucho diálogo, la fundación fue capaz de evolucionar con los tiempos, reflexionar acerca de su ser y acción, y así, de manera constante y dinámica, dar respuestas a las necesidades de la comunidad.
Durante más de 10 años, la fundación está trabajando en silencio y constantemente en la “primera línea” de las carencias de nuestro país, realizando aportes concretos. Con los pies en el barro, con manos de distintos colores y edades, en un esfuerzo lleno de alegría y dicha.
La ciudad es un todo, la ciudad es tuya, lo que pasa en un lugar afecta a otro.
Mi primer encuentro con la fundación se dio a través de mi colegio. Cada año participamos de los trabajos de invierno, una gran experiencia, especialmente para jóvenes escolares. Después de los trabajos, si bien quedaba con una buena sensación, sentía que no era gran cosa lo que hacíamos.
Cuando entré a la universidad, mi hermano grande al fin me convenció de participar del comedor solidario. El trabajo consistía en jugar con niños y niñas. El amor y felicidad que ellos entregan es irremplazable y la conexión instantánea.
Más explicaciones no hacen falta, habiendo vivido esos vínculos, imposible no volver.